Dixo de Rosalía o seu home, Manuel Murguía:
"Una verdadera noche reinaba en el cielo
literario de Galicia. Los soldados andaban dispersos, los combates eran imposibles. De todo aquel rumor, de todas aquellas esperanzas
nacidas al calor de la revolución de julio, no quedaba más que un eco, una
esperanza que vivía y se manifestaba en las columnas de El Miño, el periódico
que de una manera más decisiva influyó en los destinos de nuestro país. En él
se había refugiado cuanto conservábamos de vivaz y fecundo, en él se reflejaba
el espíritu de una generación que parecía haber traído al mundo como única
tarea la de crear una nueva Galicia y fecundar los gérmenes de vida que este
pueblo encierra. ¿Se perseguía un imposible? No es fácil decirlo, aunque por mi
parte aseguro que nadie creía semejante cosa. Tenían fe en la virtualidad de su
obra: creían en sus milagros. El intentar la regeneración a que se aspiraba,
era una prueba de que se iba a algo sólido y durable. No se quería morir sin
haber combatido en aquel especialísimo torneo, en que la dama de nuestros
pensamientos era la pequeña patria. Y pues todo lo que vive se resiste a la
muerte, se aceptó la lucha, como una prueba de que aún vivíamos.
Cada uno escogió su puesto, y nuestra escritora, que,
como la mujer gala, seguía a los suyos al combate, conociendo que podía
ayudarles, se colocó resueltamente en las primeras filas.
Como medio más eficaz de volver a la vida a un pueblo
que a fuerza de desgracias apenas sí tenía conciencia de sí mismo, tratábase
por todos de penetrar en sus limbos, iluminarlos con aquella luz necesaria,
para que cuanto nos pertenece tomase cuerpo y fuese visible a los ojos de los
demás. El pasado con sus sombras, el presente con sus dudas y desalientos,
cuanto había sido Galicia, cuanto lo era todavía, o podía serlo, nos pedían una
mirada y un pensamiento. Sentiamos como por instinto que antes de nada era
preciso rehabilitar el país gallego, realizar sus esperanzas y traducir en
hechos lo que aún no había podido pasar de la categoría de tentativas más o
menos afortunadas. Esta dirección puramente provincial, no era en verdad cosa
nueva, pero tomaba en nuestras manos mayor fuerza. Por más que pusiésemos en
ello nuestra alma y nuestra sangre, otros antes habían querido lo que nosotros:
no era la primera vez que se perseguían tan nobles ideales, prueba de la
vitalidad de los pensamientos que nos animaban. Si antes no se habían
realizado, era porque había faltado la unidad en los trabajos, y una más clara
noción en todos de la obra emprendida. Así resultó estéril, pues sólo podía ser
fecunda siendo completa.
Las nuevas corrientes tenían por lo tanto mayor
eficacia, pues se dirigían a un fin, claro, definido, concreto. Consagradas por
el éxito, alentadas por el doble interés de la curiosidad y cariño con que eran
recibidas por el país, se comprende que, pues la empresa era aceptada, fuese
más fácil. Todos querían poner su piedra en el templo que se levantaba y
aportar a la obra común su esfuerzo o su sacrificio.
Nunca por lo tanto se sentían más vivamente esos
deseos, ni tomaban más cuerpo, ni eran más firmes tan nobles propósitos, como
cuando, lejos de la patria, y en medio de las soledades castellanas, se pensaba
en los campos paternos y se creían ver los horizontes que los limitan. Así era,
que entre los ausentes se hablaba de ellos como los profetas super flumina
Babilonis. Pensad ahora qué pasaría en el corazón de una enferma joven y sola,
que habiendo dejado en Galicia a la madre y a la hija, se sentía de nuevo
languidecer y morir bajo el cielo para ella siempre inhospitalario de la España
central.
Era una templada tarde de los primeros días de la primavera
castellana. El sol iluminaba la vasta extensión, el aire era puro y tibio,
apenas se le sentía pasar como un suspiro. Las plantas en germen exhalaban los
aromas que anuncian los hermosos días: el cielo era claro y trasparente, el
temple suave, los horizontes dilatados; sólo faltaban para animar aquel cuadro
los árboles, nuestros amados árboles, las ondas cristalinas, los perfumes de
los prados y sus verdes intensos, los ruidos de que están poblados los valles y
las colinas gallegas. Nos rodeaba la desolada estepa, sin una sinuosidad que
rompiese la línea igual y extensa, sin más tonos que los calientes y enteros
propios de aquellas llanuras. Sólo allá, al fondo, el viejo Guadarrama, en cuya
cima blanqueaba la nieve, recortaba el horizonte que los últimos rayos de sol
encendían y hermoseaban.
Contemplando este cuadro, y recordando en presencia de
semejantes esterilidades, la exuberancia de los campos gallegos, sintió nuestra
escritora la necesidad de escribir y publicar un libro en que se reflejasen con
toda su poesía y pureza, los paisajes y la vida entera de la gente de nuestro
país. Y queriendo romper con cuanto le rodeaba y le era tan poco acepto,
prometiese a sí misma escribirlo en lengua materna. Y aquella misma noche,
presa el alma de las profundas tristezas de quien, sin tocar en sus
veinticuatro años, se creía ya con un pie en el sepulcro; sospechando que ya no
volvería a ver de nuevo el cielo de la triste Compostela, bajo el cual le
aguardaban, trazó con mano rápida y con la brevedad de la improvisación,
aquellos versos tan tristes y tan hermosos que llevan por glosa la canción
popular más en consonancia con el estado de su espíritu, Adiós ríos, adiós
fontes, versos que vieron entonces la luz en El Museo Universal.
Tal fue el origen de un libro que tan especial influjo
ejerció en la literatura gallega contemporánea. Hijo del exaltado amor del
país, concebido en hora de la más honda melancolía, reflejó en sus páginas algo
de lo inocente y juvenil de un alma que no había vivido aún y la amargura de
los que no esperan vivir muchos días y están perpetuamente con un pie en lo
insondable.
¡Ella como ningún otro!... porque preparándose a
acometer su empresa, sintió que se recrudecían sus males y que se hallaba más
cerca que nunca del sepulcro. Tal vez deseaba ya penetrar en sus tinieblas y
que acabasen para siempre las incertidumbres que la tenían constantemente
esperando su fin. Tal vez ansiaba aquel momento en que, como al irlandés que
sucumbe en las soledades del Nuevo Mundo, se le dijese al enterrarla:
-¡Ea! ¡vuélvete a Galicia! ¡vuélvete a tu patria!
Porque lo cierto era que lejos de su tierra se sentía
acabar sin remedio.
Fue, pues, necesario volver al país. Sólo los aires
natales podían salvarla. Y en su busca vino confiada, cuando todos creían que
ya no vería caer más hojas que las que empezaban a brotar en los árboles de las
avenidas, gratas a su corazón y a sus ojos, tan pobladas para nosotros de los
más dulces y santos recuerdos. Mas ¡ay! que otras cosas queridas vio caer antes
para no levantarse más, pues a poco de llegar a su casa, su madre murió de
golpe en sus brazos y cuando menos lo esperábamos. Aquel corazón, herido por
tantas ausencias, quebrose al fin al peso de los antiguos sufrimientos. Dios no
quiso negarla el supremo favor de que la hija más que amada, estuviese a su
lado para recoger su último suspiro y la mirada postrera.
Este dolor de los dolores fue para ella profundo e
inapagable. Como Leopardi, podía decir también, "que el mal que la habla
privado del uso de la vida, no le daba siquiera la esperanza de la
muerte", pues ni llegaba el consuelo, ni el olvido era posible, ni acababa
de romperse el frágil vaso de su existencia. Al fin triunfó la juventud y gozó
algunas horas de paz; mas apenas sí dirigía a sus sueños de otros días una
mirada indiferente. El proyecto que abrigaba de consagrar a Galicia las
primicias de su musa, podía darse por abandonado, pues nunca como entonces se
sintió más dispuesta a sepultarse por completo y para siempre en la oscuridad
del hogar y vivir en sus apacibles quietudes. No abrigando deseo alguno de
gloria, ¿para qué escribir?, se decía. Y en verdad que para interrumpir aquel
hondo silencio, para dar vida a los muertos de entonces, parece como que se
necesitaba algo más que la voz de una mujer y los acentos de una musa
doblemente femenina.
Pero fue así. Impreso el primer pliego de los
Cantares, sin que de ello tuviese noticia, viose obligada a escribir el resto
del libro a medida que las cajas demandaban original. Aprisa, sin dar tiempo a
que secasen las cuartillas, sin corregir ni leer al día siguiente lo escrito la
víspera, fecunda, abundante, espontánea sobre toda ponderación, fue dando, hoy
una, mañana otra, la mayor parte de las composiciones que forman aquel pequeño
volumen. De un solo golpe y casi sin levantar la pluma del papel, escribió las
sesenta octavas del Cuento de Vidal. Pastor Díaz, a quien la muerte no permitió
escribir las páginas que debían precederles, aseguraba no haber leído nada más
corriente, ni más puro, que aquellos versos. Añadía, que se complacería en
decirlo así. Que le agradaba aquella nueva aurora y aquel fresco aire de la
patria, que venía encerrado en las estrofas más completamente populares a
hablarle de los floridos campos de Galicia. Que así como al frente de las
poesías de Zorrilla había hecho la defensa del romanticismo -por él inaugurado
antes, en su celda de colegial- haría el elogio del movimiento provincial, que
tantas cosas nuevas traía a la superficie, que tantas y tan nobles revelaciones
hacía y del cual había tenido, así como una visión y un presentimiento. Porque
aquel gran hombre de Estado, a quien no agradaba la unidad de Italia,
casualmente porque rompía tradiciones y deshacía pueblos, aseguraba que las
provincias españolas estaban destinadas -por la gran diversidad de su sangre- a
reconstruirse y recobrar su fisonomía en un período no muy lejano. Contra lo
que algunos espíritus superficiales aseguran, sostenía que la tendencia a crear
la pequeña patria es lo que ha de salvar de un completo aniquilamiento a cuanto
hay de vital en los pueblos europeos. Es lo único vivaz y original que posee la
sociedad moderna, atacada como ninguna otra, del mal nivelador de la unidad y
de la centralización.
Pero lo que más le agradaba era ver escrito el libro
en aquel dulcísimo dialecto que había hablado en su niñez. Ponderaba sobre
manera hallarle despojado de las voces bárbaras y giros os prosaicos con que
tantos mancharon la lengua y la poesía gallega. Los versos cadenciosos y
fáciles se hermanaban al fin con una dicción propia y sin afectación ni
pretensión alguna, tan conforme con la índole de los asuntos y que se parecía a
la corriente de un río, cuando arrastra con rapidez lo que se confía a sus
ondas. Hasta entonces nadie había hablado nuestra lengua con más pureza ni
mejor acierto. Nuestro idioma salía de sus labios completo y hecho, tanto que
si los cantares populares que glosa no fuesen en bastardilla, nadie sabría
distinguirlos de los que se debían a su inspiración. He aquí la verdadera
piedra de toque en que se ha de avaliar lo castizo de su lenguaje, no empleado
todavía en la producción literaria. El día en que un completo conocimiento de
la poesía popular haga posibles tales comparaciones, se verá que nuestra
escritora, no sólo tenía el instinto, el candor y la expresión de los
sentimientos populares, sino que hablaba la lengua de su pueblo, con la misma
sencillez y afecto que nuestro perdido cancionero.
Rosalía de Castro ¿Hizo bien en emplear el gallego en
un libro destinado a describir los paisajes, las costumbres, las
supersticiones, en una palabra, las cosas de Galicia y de sus gentes? Hay quien
lo duda, por creer la cosa hija de un pasajero capricho y no de un movimiento
reflexivo; porque se piensa que el empleo de los dialectos es un retroceso;
porque se teme a cuanto habla a la provincia de lo que ha perdido, y en fin,
porque hay muchos que no les importa sacrificar al Moloch moderno, la
centralización, estas pequeñas agrupaciones al parecer tan insignificantes y
estériles, que teniendo una historia, una ley, una lengua y una raza, conservan
todavía todos los elementos constitutivos de un estado. ¡Además se habla de la
patria! ...
Con sólo
recordar, que entre todas, la idea y noción de la patria es la menos
susceptible de una verdadera definición, queda indicado cuan difícil será dar a
entender con la claridad -debida, lo que sea semejante entidad. Fijando la
mirada en el sereno horizonte, viendo cómo tiemblan al paso del viento los
sauces que crecen a orillas de su río, y cómo la pequeña colina cierra el paso
a los hombres y a los rumores lejanos, el campesino -como el cruzado que a cada
ciudad que veía preguntaba a su amo: "Señor, ¿no es esta Jerusalen?"-
abarcando con una mirada los límites de su aldea, puede preguntarse: -¿No es
esta mi patria?
Pues bien, a despecho de todo, eso se dicen hoy las
provincias, y muy en especial las de lenguaje propio; lo mismo en España que en
Francia, en Italia que en Austria, en Rusia que en Inglaterra. El poeta, que es
siempre el que anuncia la buena nueva y consagra sus triunfos, no se niega a la
resurrección de esos pueblos, no muertos sino olvidados, antes la inicia, la
proclama y santifica, poniéndose al servicio de tan nueva causa. ¡Novus rerum
nascitur ordo! se dicen, repitiendo las proféticas palabras de su maestro
Virgilio.
No hizo otra cosa nuestra autora, herida por las
injusticias de que era víctima su país. A su voz de inspirada, hizo surgir
cuanto era de Galicia y recobrar su antiguo predominio. Lo popular, lo primero:
¿y qué más propio y más íntimo que sus sentimientos y su lengua? La que tan
joven fue ensalzada por haber refrescado la poesía en las purísimas ondas de la
inspiración popular, y abierto a la lírica española un nuevo camino , ¿por qué
se la ha de negar el derecho de levantar de su postración el habla materna y
colocarla a la altura de una lengua literaria? ¿Se entiende acaso que todos
son, a poco que lo intenten, capaces de llevar a cabo tan grandes, tan
gloriosas resurrecciones?
Se dijo de los Cantares que si los poetas se agrupasen
por familias, su autora debía formar al lado de Roberto Burns, en la de los
poetas populares: y cuanto fue cuestión de Follas Novas, sefíalóse su
parentesco con H. Heine. ¿Hay en ello contradicción? No en verdad. Cada libro
pertenece a una época de su vida y responde a un estado de su espíritu. En el
primero, lo objetivo llena y alimenta unas páginas consagradas por completo a
la descripción del país y a ser la fiel expresión de las costumbres y
sentimientos de su gente. En el último, lo subjetivo recobra todos sus derechos
y se muestra tan poderoso, que mereció por ello ser considerada como un insigne
poeta lírico, y en especial como un gran elegiaco. Pero en uno y otro libro
resulta una personalidad y se ve un fin. Completándose, dan realizada la obra
de redención que se propuso la autora, por mas que ya en los Cantares se halle
resuelta.
Y en verdad que sin la precipitación con que fue
escrito este libro, cegadas ciertas lagunas
y dispuestas y enlazadas las composíciones de un modo tal que formasen
un todo correlativo, como así lo había pensado, hubiéramos tenido desde
entonces un afortunado equivalente de Mireya, sin la monotonía que imprime a
esta obra la combinación métrica usada por el poeta de la Provenza y sin los
inconvenientes de una acción a cuyo relieve y movimiento se sacrifican a veces
detalles y rasgos, que no está bien pasar en silencio cuando se trata -de dar a
conocer el elemento poético de un pueblo cualquiera. Por fortuna, pudo bien
pronto completar y terminar en Follas Novas la obra intentada, y esto con tal
fuerza y de un modo tal, que hasta en las poesías más personales y en que los
sentimientos de la autora se presentan con toda su energía y exclusivismo, ha
podido ver la crítica un modo delicado y nuevo de contar las penas que afligen
a Galicia y su gente campesina. ¡De tanta vida están dotadas las ardientes
estrofas, y de tal modo el poeta ha sabido confundir y amalgamar sus propios
sentimientos y dolores con los de la región cuyas bellezas describe y cuyas
desgracias cuenta!
El éxito alcanzado por los Cantares fue grande, en
especial fuera del país para el cual habían sido escritos. Todavía dura, pero
más que en otro sitio en Cataluña. Diríase que era un libro suyo. Sus críticos
le dedicaron extensos artículos, sus poetas tradujeron la mayor parte de las
composiciones. Era natural que así sucediese. Iniciábase para Galicia en los
Cantares el movimiento que allí estaban llevando a cumplido término. Era un
soldado que venía a combatir en sus filas: ya no se podía decir que sólo de
labios catalanes salía la protesta.
Las múltiples y entusiastas felicitaciones que con tal
motivo recibió de aquella tierra de hombres libres, contrastaban dolorosamente
con los profundos silencios de otras gentes.
Vano era el indisputable triunfo, inútiles los aplausos
recogidos bajo otros cielos. El desencanto la hubiera ganado, hubiera dudado de
su obra y de sí misma, si no estuviera convencida de que habían de pasar años,
antes que la semilla arrojada en el surco, pudiese germinar, crecer ondular al
paso de los vientos propicios y por fin madurar la espiga a los rayos de un sol
de libertad".
Manuel Murguía